ColumnaGuerra
Por Arturo Guerra
Prácticamente desde su nacimiento (y en cada época), La Fiera esmeralda tuvo un clásico. Tuvo rivales citadinos y también regionales en duelos que fueron y han sido considerado clásicos.
A partir de su segunda temporada en la Liga Mayor, el León tuvo de contrincante al San Sebastián, con quienes compitió hasta la campaña 50-51, que fue cuando descendieron los Santos. En total este primer derbi leonés tuvo 15 enfrentamientos oficiales en 6 años de historia.
Sin embargo, desde su temporada debut (1944-45), los Esmeraldas tuvieron pique con los rojiblancos del Guadalajara, alcanzando esta rivalidad su punto álgido en los años cincuenta y diluyéndose conforme avanzaban los años sesenta. Si bien hay que reconocer que en la actualidad es un partido que confronta a 2 de los equipos con más historia de la liga y que, por ende, levanta expectativa (sobre todo en la ciudad leonesa), no amerita el nombramiento de “clásico” por el grueso de la prensa y aficionados al futbol en general. Hasta la fecha han chocado casi 200 veces, contando encuentros amistosos.
Con Curtidores, León tuvo encuentros oficiales desde 1974 hasta 1984. El segundo derbi leonés y el que es considerado el máximo clásico de la ciudad, fue corto en tiempo y enfrentamientos, pero intenso en la cancha y en pasión entre las aficiones. En total jugaron 20 cotejos de manera oficial.
Sin embargo, ha sido con Irapuato con quien la rivalidad ha perdurado. Desde su primer partido oficial en 1954 fue llamado el “Clásico del Bajío”. Proviniendo esta enemistad deportiva desde los años veinte del siglo pasado, con los duelos entre los primeros equipos de estas ciudades vecinas, y al estar separadas por menos de 70 kilómetros, existió constantemente un choque cultural, trasladándose esta antipatía al futbol con los equipos distintivos de estas urbes.
La primera etapa del Clásico del Bajío forjó esta animadversión en la cancha. Fueron 18 años ininterrumpidos de juegos, hasta que la Trinca descendió por primera vez y tardó más de 10 años en volver. En los ochenta y principios de los noventa (1985-91) la rivalidad continuó con el mismo encono, pero otros 9 años de ausencia por parte del Irapuato, de la máxima división, fue diluyendo un poco la rivalidad, la cual renació en los años 2 mil. A partir de ahí, fueron pocos duelos en Primera División y ya los siguientes se concentraron en el segundo peldaño del futbol mexicano, teniendo como punto máximo la final de ascenso, así como otras 2 vistas en liguilla.
Fue en 2001 que jugaron por última vez en el primer escalafón y 2012 fue la fecha última en que se vieron las caras oficialmente. Una rivalidad de casi 100 partidos, contando los “amistosos”.
Pero para que haya clásico, los equipos deben continuar en el mismo nivel, si no este clásico se puede perder; ha pasado en Argentina e Inglaterra. Este Clásico del Bajío era de los más importantes, después del Chivas – América, era el otro partido donde los rivales eran de ciudades distintas. Para que haya clásico, los 2 equipos deben estar “de acuerdo”, deben de odiarse, pero también deben jugar continuamente, deben de verse las caras seguido, eso alimenta la rivalidad. Debe haber una cierta paridad, una cierta equidad, para que haya rivalidad: tiene que haber GANAS DE GANAR AL OTRO.
Pero la rivalidad ahí sigue, continúa…en las redes sociales, en los recuerdos de cada aficionado de la gente que le tocó vivir esto, y también de aquellos que, aunque no vieron un partido en la cancha, saben que a la gente de Irapuato no se le quiere, y viceversa…de aquel lado es lo mismo. Ya es algo cultural, porque esto es, más que nada, una rivalidad entre ciudades. El día que vuelvan a chocar, saldrán chispas; por lo pronto habrá que seguir esperando (o soñando) por ese momento.